Lo digo sin ánimos de escandalizar a los conservadores: banco las guarangadas en televisión. No cualquier guarangada, por supuesto, no la antojadiza, no la que quiebra una escena a la que ni el más desprejuiciado le encontraría cabida. Sí la que actúa como espejo, la que define la cotidianidad del ser y el hablar argentino -a veces, es cierto, más bien la del porteño-, porque la identificación también es sinónimo de éxito. Después de todo, ¿quién negaría que a veces la mala palabra es la palabra adecuada?
Cuando el lunes se estrenó “Guapas”, la nueva ficción de El Trece, las críticas se enfocaron en lo mal hablado del personaje de Mercedes Morán. En la escena culminante, ella va a asistir a su hija, que acaba de chocar con un taxi. Ambas despotrican contra todo: contra el tránsito enmarañado, contra los policías que quieren demorarlas y contra los conductores del universo. Usan expresiones que, correspondientemente, están resguardadas por el horario de protección al menor.
Lo curioso es que los reproches que los televidentes emitieron horas después eran tan o más agresivos que las guarangadas de la tira. Quien reprueba las groserías en una novela no debería poder decir que todos los guionistas argentinos son una m... o que Morán es una b... a quien más le convendría quedarse a secar platos. Esto escrito en sitios web a los que niños tienen libre acceso a toda hora.
¿Es más natural un movilero persiguiendo chicas en bikini en una playa que un insulto dicho en el momento justo? ¿Es más pernicioso eso que la vedette que se sienta a la siesta en el living de un set y repasa la lista de sus amantes? Si las malas palabras van a menguar en las ficciones, que lo hagan al mismo ritmo que la hipocresía de quienes las evalúan.